Le obsesionaba aquel tema. Coleccionar. Había emprendido
la tarea de terminar aquel cuento tantas veces postergado.
Se había encerrado varios días y varias noches de sus
vacaciones con ese único fin.
Aquella mañana, su mujer, hastiada del olvido y del
deseo contenido, decidió entrar al estudio. Se encontró con unas cuantas hojas
garabateadas en el piso y a Javier, de bruces, en la cama.
Levantó morbo aquel legajo, intrigada por la obsesión
aquella de escribir. Leyó y leyó.
"Javier miró en torno suyo. Intentó hacer un
recuento de todas sus colecciones. No pudo lograrlo de un solo intento. Tuvo
que recostarse en el sofá. Cerró los ojos y recordó.
Nunca tuvo la gracia para coleccionar. Siempre le
distraía algo nuevo. Siempre. Su padre no era buen coleccionista, su madre si.
Lo poco que aprendió fue de ella.
A ver, a ver... y se apilaron las imágenes desde su
niñez hasta lo último que vio esa madrugada. Desfilaron ante su memoria todo
ese cúmulo de imágenes que lo habían vivificado y que también lo habían
destruido. Cómo no coleccionar..."
Nada se parecía a aquello que sentía. Lloró largo rato
ante las cosas que sabía, que intuía o que no sabía, de plano. Se dio cuenta de
que también ella coleccionaba, pero no era tan valiente como para aceptarlo. Se
dio cuenta de la vida sin tiempo que transcurrió y que nunca pudo encontrarle
sentido. Repasó sus propias colecciones.
Un esfuerzo inmedible y continuó su lectura.
"No hay nada que pueda abrir al otro y mirar a su
interior. Si ni nosotros mismos sabemos que escondemos a nuestros propios ojos.
Míralos. Castos, corteses, sumisos. ¡mentiras¡ muertos
luchando contra lo que somos.
Javier se levantó. Había logrado recordar una gran
parte de su colección... pero como siempre le distraía lo nuevo. Así que esa
noche empezaría una nueva colección. Abrió la puerta, se detuvo a anudar el
zapato izquierdo. Lanzó un suspiro profundo. La noche le esperaba. Solo dio un
vistazo a la cama en donde yacía su cuerpo."
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuánto tiempo
encerrada en esa relación que ya apestaba. Su cuerpo recobró dimensiones
olvidadas. Decidida, le dio la espalda a Javier. Salió de la habitación, se
dirigió a la puerta. Giró la perilla. La mañana luminosa la esperaba. Se detuvo
y anudó su zapato izquierdo sin siquiera intentar voltear la cara.